
Un Camp Nou con un lleno absoluto, teñido de azulgrana, con un espectacular mosaico y apoyando al equipo desde el calentamiento dio la bienvenida a un equipo dispuesto a darlo todo para darle la vuelta a la eliminatoria. El Inter, consciente del peligro y de su ventaja, decidió renunciar casi por completo al ataque y cerrarse atrás. Porque defender es lo mejor que saben hacer y realmente lo bordaron. Los italianos cerraron cualquier espacio que pudiera propiciar una asistencia peligrosa y interrumpieron constantemente el juego: faltas, "lesiones", pérdida de tiempo... que el árbitro permitió a lo largo de los 90 minutos. Le enseñó la amarilla a Lucio por
perder tiempo sistemáticamente en el 35, cosa que permitió que lo continuara haciendo consciente de que ningún árbitro del mundo le mostraría la segunda por el mismo motivo. Tampoco tuvo su día el colegiado, el belga Frank de Bleeckere, que en el minuto 9 pitó falta en ataque de Ibra en un penalti claro sobre el sueco al que incluso le habían roto la camiseta, anuló la jugada que hubiera supuesto el segundo gol y el pase a la final y permitió que los de Mourinho fingieran lesiones para detener el juego sin recibir sanción alguna por ello. Los de Guardiola ya se lo esperaban, sabían que debían sobreponerse y dejar de lado todo aquello que nada tiene que ver con el fútbol. Pese a lograr el control absoluto del partido, las ocasiones claras tardaban en llegar, la defensa interista estaba muy atenta a los movimientos del ataque azulgrana y evitaban una y otra vez que el Barça se plantara ante Lucio. Sólo Messi lo puso a prueba con un disparo envenenado que el guardameta logró enviar fuera tocando el balón con la punta de los dedos.




